jueves, 11 de abril de 2013


Todos hemos soñado, imaginado o pensado alguna vez con los dioses. Puede ser Jehová, Buda, o cualquier otro. ¿Quién sabe cuál de ellos es real, y cuál es fruto de una leyenda? Nadie puede asegurarnos nada de esto. 
Puedes elegir entre creer o no esta historia. Pero si algún dia, al despertar, frente a ti encuentras a tu verdugo, no te arrepientas de haberte burlado de aquellos creyentes que salvaron su vida.

Comenzamos hablando de Eris, diosa griega de la discordia y el caos. Dueña de sí misma, y de algún que otro exclavo. Dueña del destino de cada uno de nosotros... Tan sólo si le apetece. Puede decidir si destrozar tu vida, o dejarte ir tranquilo. Al fin y al cabo, es ella la que puede controlar tu propia personalidad. Hacerte dejar de ser tú mismo. 
Eris era una verdadera diosa, también físicamente. De metro ochenta y dos, y un cuerpo esbelto y sensualmente formado. De largo cabello negro, y ojos rojos, como el rubí. De imagen increíblemente hermosa, y carácter jodidamente endemoniado. 
Eris tiene su propio espacio en el Olimpo, un hogar realmente acogedor. Pues, a pesar de lo que diga la gente, la tierra, el cielo y el infierno no son las únicas dimensiones de nuestra existencia. Lugares como el Olimpo, el Valhala, el Kalosis... Todos existen, tan sólo hay que buscar en el lugar adecuado... Además, dentro de cada dimensión, hay diferentes reinos. Si hablamos del panteón griego, contamos con cuatro reinos: El Olimpo, hogar de los Dioses. El Inframundo, hogar del dios Hades, y de gran parte de demonios y seres de la oscuridad. Los Campo Elíseos, sección subterranea sagrada de los infiernos, lugar donde las sombras de almas virtuosas o valientes llevan una existencia dichosa y feliz, está asociado al Cielo cristiano. Y por úlimo, el Tártaro, asociado al Infierno cristiano, lugar de tortura de las almas que así lo merecieran. Así pues, Eris convivía en el Olimpo, junto a otros dioses conocidos, y además, algunos de los que nadie nunca había oído hablar. La gente, con sus religiones, pensaba y creía en su, o en sus, dioses. ¿Por qué no pensar que todos son reales, y que es posible que a veces, incluso, se mezclen entre ellos? Pues esa sería la pura realidad. Pero no, pues aún es un tema muy complejo e intrincado para la mente humana. Se puede comenzar a descifrar, pero acabaría saturándose. 
Ese era el motivo de que, al fin y al cabo, los dioses siguiesen escondiendo su existencia. No podían mostrarse demasiado en público porque, aunque sencillos, los humanos tampoco son idiotas. 
En una de sus estancias privadas, Eris observaba su sfora, vigilando a alguno de sus amigos. Sfora se le denomina a un objeto de cristal completamente redondo. Lo que algunos llamarían como "la bola de cristal de una bruja", en realidad era un objeto realmente útil. Había sido creado por la diosa atlante, Apollymi, y se lo había regalado eones atrás, cuando habían estado mucho más unidas. Eris era la diosa del caos y la discordia, y Apollymi de la destrucción, no era raro que pudieran ser amigas, tenían mucho en común. Una de esas cosas eran sus personalidades, por eso acabaron chocando. Pero, los regalos no se devolvían, así que Eris se había quedado con el sfora, y agradecida por ello. Porque si no, ahora mismo no podría estar espiando a su juguete favorito, Hades.
Hades, sí. Rey del Inframundo. Dios griego de los muertos. Poseedor de la noche. Bomba sexual. Boom.
Eris y él hacía un tiempo que se habían aliado, con la intención de conseguir de una vez destrozar al Rey de los Dioses, Zeus, pero cada cosa a su tiempo. Sólo tenían una oportunidad, y no había que precipitarse. Entre tanto, habían encontrado la manera de entretenerse, y así poder aguantar la espera, además de aliviar tensiones. Una dosis de sexo duro, violento y agresivo, y voilá, asunto solucionado.
Si fuese una mujer con conciencia, se sentiría mal, pues Hades estaba casado. Todo el mundo sabía su historia, Hades se había enamorado completamente de Perséphone, hasta entonces llamada Koré, la hija de Deméter, y la había secuestrado, llevándola a su infierno personal. Finalmente la habían rescatado, pero Hades siempre había sido un completo hijo de puta. Con sus engaños, y su fría astucidad, había echo que Perséphone comiera seis semillas de granada, que la obligarían a volver cada año, un mes por cada semilla. Y así continuaban. Pero ese no era asunto suyo, puede que fuese la primera amante del Dios, pero no sería la última. Bueno, mientras ella lo deseara, ninguna otra lo tocaría. Sólo estaba dispuesta a compartirlo con su esposa, pero únicamente por la diversión de observar como esa pequeña florecilla intentaba complacerlo con su amor y sus caricias. La estúpida llevaba siglos casada con él y aún no había entendido que Hades poseía un alma oscura, necesaria para dominar Inframundo, y por eso mismo, sus gustos eran más excesivos que una simple caricia y unos gemidos tímidos en su oído. Hades no necesitaba hacer el amor, si no sexo. Follar duro, como le gustaba decir a Eris, mordiscos, arañazos, heridas, mucha sangre. El sexo era más una lucha, que un acto de amor. Algo de lo que Perséphone nunca sería capaz, pero Eris estaba encantada. 
En ese momento, Hades y ella estaban "haciendo el amor". Siempre en la misma postura, siempre los mismos movimientos, los mismos sonidos. No entendía como Hades no se aburría y se le ablandaba mientras follaba con ella. Además, en vez de gemidos, los sonidos producidos por Perséphone eran tan suaves que parecían el sonido de unos muelles. Y cuando Hades necesitaba más y comenzaba a hacerlo algo más duro, enseguida se quejaba, y le pedía que fuera más despacio, con más delicadeza.

-No lo comprenderá jamás. Lo que un hombre necesita es una mujer delicada y suave, a la que proteger. Pero lo que necesita un dios, y más el rey de Inframundo, es una mujer con la que poder ganarse lo que le ofreces. Si no lucha para conseguirlo, no es un guerrero. Y tú eres una furcia, pues te abres pronto de piernas, sin ponerselo dificil. ¿Verdad, Thequo?




Dandose por aludido, el enorme escorpión, de dos metros de largo, siguió flotando en la inmesidad, pues la sustancia de la que estaba echo era ingrávida. Un ser realmente único. Cuando lo deseaba, podía flotar y atravesar objetos como si se tratase de un fantasma, y a su elección, podía ser mortal, atacando y volviendose firme y duro. Éste la observó con sus extraños ojos morados, con motas amarillentas, y como siempre, pareció atraveasarla con la mirada. Eris estaba encantada con sus fieles mascotas. Y seguía sin sentirse estúpida al hablar con ellas, aunque no pudieran contestarle. 

Y ahora, llegaba el momento. 
Con una simple campanilla, llamó a sus sirvientes. Estos eran todos hombres, excepto sus dos doncellas privadas. Estas eran las que la ayudaban a cambiarse de ropa, darse un baño, y traer sus alimentos. Mientras, los sirvientes se encargaban de la protección de su templo, y de algún que otro favor personal. Con un movimiento de la mano, todos supieron cuál era su papel. Los hombres, fuera. Las doncellas, preparando un baño caliente. Eris había quedado en una hora con Hades, tenían un pacto preparado. 

-

Horas más tarde, no era solo sexo lo que había resultado de aquella reunión. A cambio de su apoyo en la idea de derrocar a Zeus de su trono, Eris iba a recibir el mejor trato de su eterna existencia. Hades se convertiría en el Rey de los Dioses, y entonces Inframundo sería completamente de Eris. Inframundo, y todo lo que deseara.

-

Eris irrumpió en el castillo de su amante con la ira y el poder dignos de su clase. En vez de utilizar sus manos, usó sus poderes para hacerse el camino hasta el despacho de Hades, en el cual destrozó las puertas al abrirlas con tanta furia. 

-¡Problemas!

Hades ni siquiera se inmutó. Después de haber visto, y creado, tanto en su reino, ¿se iba a asutar ahora por una simple diosa enfadada? Además, Hades siempre había sido un hombre serio, frío y calculador. No era conocido por alterarse demasiado pronto, aunque, si le tocabas las narices, no iba a quedarse pasmado como un idiota.

-¿Qué ocurre?
-Estoy encinta.

Eso sí que consiguió hacer que nuestro serio hombre abriese los ojos como platos, y se atragantase con su propia saliva. Se levantó poco a poco, y en vez de dirigirse hacia Eris, invocó a una de sus infernales ninfas. Xhafoe había sido la primera de su especie en bajar a ese tenebroso reino, y todo, por el mismo echo que estaba ocurriendo en ese mismo momento. Se había quedado embarazada de un demonio, y Hades, su padre y creador, no iba a permitir esto. 
Xhafoe tardó tan solo unos segundos en aparecer, y con sólo una mirada, supo para qué se le había envocado. Se acercó a Eris con suavidad y lentitud, estaba en su naturaleza el ser bondadosa, y no intentar asustar a nadie, y colocó una mano en su vientre. Al momento, sus ojos se pusieron en blanco, y en una especie de trance, comenzó a relatar la profecía. 

-Hades, dios de los muertos y rey de inframundo. Eris, diosa del caos y la discordia, de tu vientre aún no redondeado nacerá aquel vástago que dominará los reinos de la oscuridad. Será un ser hermoso y letal, y aún sin conocimientos, poseerá a todo aquel que desee, a su voluntad. Se convertirá, únicamente, en lo que está destinado a ser: un líder. Nada ni nadie podrá detenerlo, a pesar de que muchos lo intenten. El bien y el mal se unen desde lo más profundo del útero de esta diosa. 

Entonces, Xhafoe cayó al suelo de golpe, dejando de respirar. 
Esto era normal, cada vez que salía de una de sus visiones, así que simplemente, Hades la dejó estar mientras clavada su penetrante mirada grisácea en la mujer con la que llevaba acostándose meses. Ella, por su parte, sólo apoyó las manos sobre su aún plano vientre, y también lo miró. Esos ojos violetas, siempre traviesos, contenían ahora un brillo extraño. Eso era... ¿temor?
No le importaba demasiado, pues tenía cosas que hacer. 

-Hablaremos más tarde, Eris. Solucionaré esto.

Entonces, la despidió. Cuando ella y Xhafoe, ya recuperada, se marcharon, llegó la hora de avisar a otra vieja amiga. 
Colocándose en medio de la estancia, cerró los ojos, concentrándose. Era complicado llegar al lugar donde ella habitaba, sí. Pero, finalmente, tras unos minutos, una hermosa y esbelta figura de una fémina de largo pelo rubio se hizo visible ante él.

-Hola, querido amigo. ¿Qué es lo que me trae por aquí?
-Me debes un favor, y ha llegado el momento de que me lo devuelvas.
-Sin problemas. ¿Qué deseas que haga?
-La diosa de la discordia espera un hijo mío. Debes permanecer con ella hasta que se cumplan los cuatro meses de gestación, y utilizar tus dotes para sacar al embrión de allí, y alojarlo en el vientre de una humana embarazada. Si sale herido, será responsabilidad tuya, y yo mismo iré a por ti.
-Entendido, jefe. ¿Desea algo más el señor?
-Adjúntale protección. Hasta que alcance la madurez.
-Dalo por echo.

Sin más demora, Apollymi desapareció de Inframundo. Seguramente dirigiéndose a su hogar, Kalosis, el infierno atlante, y posteriormente, a encargarse de su trabajo.

···· Dieciocho años después ···

Tras abrir los ojos lentamente, Nyx suspiró aliviada.
Después de toda una vida de sucesos extraños, de transformaciones, y de conocer a criaturas sobrenaturales que nunca imaginó que pudieran existir, estaba realmente agotada. El último caso eran sus extrañas migrañas, visiones de cosas sin sentido, y las jodidas voces escalofriantes que no se iban de su cabeza. ¿Tal vez se hubiese vuelto loca realmente?
La última vez que le pasó algo parecido, había ido al médico, sí. Le dijo que tenían que hacerle pruebas, que tal vez tuviese psicosis paranoide. Pero no era posible, pues Nyx era totalmente consciente de la realidad. Pero, entonces, no había explicación posible para todo lo que le ocurría.
Simplemente, intentó vivir con ello. Pero no era fácil. Incluso tenía que ser relegada a encerrarse en lugares abandonados, como esa estación de autobuses en la que se encontraba en ese momento, para que las voces se silenciaran un poco. 




Sin saber exactamente por qué, miró por una de las ventanas. Estaba esperando algo pero, ¿el qué? Todo esto no era normal, y lo sabía. Pero no podía hacer más cosas de las que ya había intentado. 
Pensó en la niña que se aparecía en sus sueños. Esa niña de aproximadamente once o doce años, de pelo castaño y cuerpo delgado. No se parecía en nada a ella, pero cada vez que Nyx soñaba con ella, la sentía realmente cercana, como si fuera de su propia familia. Más cosas inexplicables. 
Pensó en su familia. Eso no podía llamarse familia. Era de origen finés, de Helsinki, para más exactitud. Su padre había trabajado toda su vida, y su madre había sido ama de casa. Padre machista y violento, madre sumisa y permisiva. No había tenido una vida fácil, su padre siempre la había odiado por el hecho de ser mujer, y por haber "dejado a su madre estéril tras su parto", pues así ya no podría tener la oportunidad de tener un hijo. 
A los quince años había sido violada por cuatro chicos de su instituto, a los dieciséis, había comenzado con las drogas. La marihuana no la había dejado, ni estaba dispuesta, pero milagrosamente, y antes de engancharse realmente, había dejado la coca y el caballo. Menuda historia, para tan sólo una niña, ¿eh?
Y a pesar de lo mucho que se habían aprovechado de ella, de lo mucho que la habían maltratado, y de lo mal que había vivido, ella nunca perdía la esperanza de encontrar a personas que realmente merecieran la pena. 
Hacía un par de años, cuando se fugó sola y casi sin dinero de Finlandia, llegando a España sin tener donde comer o dormir, había encontrado a un verdadero ángel. No tenía alas, y tal vez hubiese tenido una vida más digna de un demonio, pero al igual que ella, era un alma bondadosa. Ville Virtanen le había dado un lugar para dormir, comida, una ducha y esperanza. 
Y cuando sus caminos se volvieron a separar, esa esperanza no se fue. Se quedó con ella, al igual que el amor que ambos sentían. Tal vez no hubieran sido pareja, pero ambos se entendían. Eran los mejores amigos, y lo seguiría amando, esté donde esté él. 

Cuando oyó un crujido tras ella, se giró. El grito quedó contenido en su garganta, al ver a ese ser espantoso, y a la chica que la frustaba en sueños, justo frente a ella. Con una sonrisa traviesa. 
Entonces comenzó la lucha, pues quería llevarla con ella. Si Nyx no se había rendido nunca, no iba a darse por vencida ahora. 
Pero, como dicen algunos, se le cruzó un cable. Así que, en cuanto la niña abrió una especie de portal, Nyx fue a descubrir su destino: Comenzó a correr, agarrando en el camino a esa especie de reptil, y atravesando el portal. 
La niña, llamada Ayshane según descubrió más tarde, la guió hasta una especie de castillo infernal. Sí, estaban en Inframundo, y la llevaban a conocer a Hades. Y según le fueron contando... Era su padre. 

Atte: Señorita Nyx.

No hay comentarios:

Publicar un comentario